Charrán común (Sterna hirundo)
Llevo una temporada con pocas posibilidades de pajareo y como podéis entender, lo echo mucho de menos; Estoy que me como las uñas. En agosto, con el comienzo serio de la migración postnupcial, volveré a ser lo que fui... ¿Qué fui? Jajaja.
Bueno, espero poderos sorprender en no demasiado tiempo con algún nuevo proyecto ilusionante que me saque de la monotonía.
De momento os dejo un escrito que tenía por ahí perdido, más que nada para que no quede olvidado definitivamente en su correspondiente carpeta del ordenador (tampoco habría pasado nada).
“LA PIEZA VITAL”
Forzó el rictus frente al espejo dibujando un
discreto esbozo de sonrisa y repitiéndose la misma frase, como cada noche antes
de acostarse, con la mirada resignada de la monotonía: “Un día más, un día
menos… Hasta mañana, querida.”
Probablemente nada podía ir mejor en la vida de Susana. En
lo personal y en lo laboral era la envidia de todo su vecindario. Un hijo
adolescente que la regalaba sobresalientes cada evaluación y pocos quebraderos
de cabeza para una edad tan efervescente como la que transitaba, y un amantísimo marido que la agasajaba con flores
en cada aniversario. En la oficina, sus jefes y compañeros acababan de premiarla
con una distinción honorífica por su exclusivo e impecable desempeño en el departamento
de recursos humanos, reconduciendo el futuro profesional de muchos trabajadores
hacia caminos más ilusionantes. Ni una sola queja mancillaba su inmaculado
historial de más de dos décadas.
Además, Susana era una ciudadana ejemplar. Las tardes las
dedicaba a pasear amorosamente a su madre, postrada desde hacía más de 2 años
en una silla de ruedas, o a llevar a su vástago a las numerosas actividades
extraescolares que ocupaban su apretadísima agenda. Las variopintas asociaciones culturales de su
barrio sabían que podían contar siempre con ella para echar una mano. Las
noches las dedicaba a la lectura o a ver el último capítulo de su serie
preferida. Todo perfecto. Insultantemente ideal.
Y sin embargo, Susana sentía que algo no funcionaba
correctamente en su vida. No conseguía averiguar de qué se trataba, pero una
especie de vacío la invadía regularmente en los escasos momentos en que se
encontraba a solas, cuando su insondable, racional y compleja mente la hacía
sentirse tremendamente infeliz.
Marta era una joven psicóloga que Susana se encargó de
incorporar para su propio departamento tras una entrevista personal que resultó
ser un fascinante descubrimiento. Enseguida intuyó en ella el entusiasmo y la
exultante vitalidad que tanto anhelaba. El tiempo la dio la razón. Aquel era un
fichaje de campanillas que dio nuevos bríos a toda la empresa.
Susana aprovechaba la menor oportunidad para compartir
tiempo y conversación con aquella fuerza vital, para ver si con suerte, algo de
aquel optimismo era “contagioso”. En una de aquellas distendidas charlas, a la
hora del café, Marta dio su particular diagnostico sobre la incomprensible tristeza
de Susana: “Te falta Naturaleza. Déficit de Naturaleza si prefieres llamarlo así”
En apenas un mes, la joven descubrió a Susana un mundo
totalmente desconocido para ella. Una asociación comarcal dedicaba buena parte
de sus esfuerzos a la llamada “custodia del territorio”, priorizando entre sus
inquietudes la divulgación, conocimiento y aprovechamiento de su extraordinario
Patrimonio Natural. La observación de aves fue la actividad que más llamó su
atención y con la que descubrió un mundo nuevo, más real.
Aprendió a sentirse parte de un todo, del milagro de la
vida, y a valorar en su justa medida el simple hecho de respirar, de estar
viva. Como hacían los pequeños pajarillos que ahora la fascinaban.
Susana encontró, por fin, la pieza que le faltaba a su puzle
personal y la felicidad se abrió paso incontenible.
Ernesto Villodas
Ya sabía yo que tenía un déficit jejeje.
¡¡Buen pajareo para todo el mundo!!