Aquí tenéis los libros que adornan mi mesita de noche estos intempestivos y lluviosos días de marzo. "La primavera de SOCO", de Dave Langlois y editado por TUNDRA, espera ansiosa (al igual que yo mismo) nuestro íntimo encuentro en próximas fechas.
Pero mi más reciente lectura ha sido "Observaciones de campo del lobo ibérico" de José Barrueso. Aún tengo calentitas en mi mente las andanzas y encuentros de Pepe con sus lobos en tierras de Castilla, relatos en los que nos transmite todo su amor, respeto y admiración por nuestro querido cánido.
Un libro de autor en el que se recogen esos encuentros con lobos en libertad, observados con curiosidad y total respeto, y en los que podemos adivinar muchos de sus comportamientos que solo pueden ser interpretados correctamente por un avezado naturalista como José Barrueso.
Siempre es un placer conectar mediante la sosegada y disfrutada lectura al calor del hogar, con alguien que tiene una visión muy similar a la tuya en temas de naturaleza y conservación.
¡Enhorabuena por tu libro, Pepe!
Lobo ibérico (Canis lupus signatus)
Hablando de lobos, me apetece compartir con todos vosotros el relato con el que colaboré en el libro coral "Encuentros con lobos" editado por Tundra. Un total de 38 naturalistas relatamos nuestro encuentro más inolvidable o singular con el superpredador ibérico. Si os interesa podéis haceros con él desde la página de TUNDRA.
LA MONTAÑA
SAGRADA
Si lo pienso
un poco… sí, creo que el lobo es mi animal favorito. No soy muy partidario de
hacer listas o rankings pero es casi inevitable plantearte en alguna ocasión
esta cuestión, aunque solo sea para satisfacer la inagotable curiosidad de tus
hijos. Además no me sería demasiado complicado adornar de mil razones el motivo
de mi elección.
Un animal
que nos acompaña desde tiempo inmemorial en forma de cuentos, fábulas o
canciones, tiene un hueco por pleno derecho en nuestro imaginario colectivo y,
de algún modo, forma parte de nuestras vidas. Toda esta literatura no ha
tratado con demasiada justicia a nuestro protagonista que ha sido vejado y
vilipendiado sin compasión, reservándole únicamente y sin opción a la
reinserción el papel de malo de la película. ¡A esto habría que ponerle remedio
de inmediato! Porque, para su desgracia, el lobo es un magnifico predador que
tiene la mala costumbre de habitar en muchas ocasiones demasiado cerca de su
archienemigo, el hombre; y para más inri la de compartir su gusto por la carne
roja poco hecha. Así que lo que nos enfrenta a ambas especies es en realidad lo
que, mirado más amablemente, también nos une. ¡Qué paradoja!
De hecho hace muchos miles de años algunos
lobos se acercaron más de lo habitual y aconsejable a los asentamientos humanos
en busca de alimento fácil y, ¿en qué creéis que desembocó esa osadía
aparentemente suicida? Efectivamente, ese encuentro dio lugar a los primeros
ejemplares de nuestros inseparables y amados perros. Y, ¿no es acaso el perro
el mejor amigo del hombre? ¡Cómo no querer a los “abuelos” de nuestras fieles y
cariñosas mascotas! Porque los lobos son los perros que decidieron conservar su
libertad, su dignidad e independencia. Y por eso me gustan tanto.
Yo me siento un poco lobo, o al menos admiro
mucho de su carácter e idiosincrasia. Un superviviente nato, con una compleja
vida social que sorprendería a más de uno; amo y señor de vastos territorios
en paisajes que inspirarían al escritor
más adormecido o falto de talento, además de uno de los animales más bellos y
elegantes sin discusión. Además regula de forma natural, sin darse importancia,
la salud y el tamaño de las poblaciones del resto de fauna con la que comparte
hábitat. Así es el lobo. Para muchos, entre los que me incluyo, la autentica
joya de nuestro Patrimonio Natural. Una especie de la que sentirse orgulloso
por ser clave en los ecosistemas en que habita consiguiendo que no se colapsen,
controlando las poblaciones de ungulados que proliferarían en su ausencia
degradando la cubierta vegetal de forma irreversible, con las innumerables y
negativas consecuencias que esto acarrearía para el medioambiente y que serían
muy prolijas de enumerar aquí.
Existen también razones menos racionales para
querer al lobo, más románticas, como es poder presumir ante todo el mundo de
conservar una especie tan emblemática superando todas las dificultades que ello
conlleva y, además, destacar que el lobo haya decidido no abandonar nuestro
terruño a pesar de las constantes presiones a las que se ha visto sometido. Su
vida pende de un hilo y sería imperdonable que, desde nuestra posición
hegemónica en el planeta (hemos recién inaugurado el Antropoceno), no fuésemos
capaces de salvar al lobo y la mística que le acompaña.
Cada cierto
tiempo me invade una irrefrenable necesidad de “echarme al monte”, dejar a un
lado las comodidades de la vida moderna y las consabidas obligaciones
diarias para sumergirme en la Naturaleza
aunque sólo sea por unas horas, días en el mejor de los casos, en los que
consigo desconectar completamente de la rutina. Para ello se me ocurren pocos
lugares mejores que la montaña cántabra, con paisajes extraordinarios y con una
excelente representación de la fauna autóctona del norte peninsular. La simple
idea de atravesar un territorio lobero me hace soñar con un encuentro fugaz, un
cruce de miradas entre la bestia y yo… ¡me estremezco sólo con pensarlo! Sé que
realmente me tendré que conformar con intuir su presencia, a lo sumo descubrir
algún rastro y disfrutar con la certeza de que el lobo está allí aunque nunca
le vea, como un fantasma que te vigila. Para estas escapadas de lo cotidiano, terapéuticas
para cuerpo y mente, casi siempre recurro mi amigo Jesús que, no por
casualidad, comparte conmigo esa necesidad de sumergirse en tierras salvajes y empaparse
de naturaleza prístina. También es un enamorado como no podía ser de otro modo
de ese indómito animal, símbolo de libertad, que es el lobo.
Particularmente recuerdo una excursión que, a
pesar de conocida, preparamos con renovada ilusión. Una nueva tentativa de
ascenso al Cornón de aquella Peña, cuya cima se nos resistía y en la que ya
habíamos fracasado en dos ocasiones, una por falta de tiempo, atrapándonos la
noche durante el descenso, y otra debido a una densa niebla que habría impedido
orientarse correctamente a cualquier aspirante a explorador que lo intentase.
Para la ocasión preparamos con cuidado el material necesario, crampones
incluidos, ya que podríamos encontrarnos con placas de hielo durante la ruta en
esa fría e incipiente primavera.
Despuntaba
el día y ya nos encontrábamos en el punto de partida, abrigados exageradamente
de los pies a la cabeza, apenas dejando un pequeño resquicio para que la luz
llegara a nuestros ojos. La mayoría de los excursionistas con los que nos
tropezamos de ordinario, afrontan la ruta con un único objetivo; alcanzar la
cima en el menor tiempo posible, más como una experiencia deportiva que como un
acercamiento intimo y personal a la Naturaleza. Nosotros disfrutamos
enormemente caminando pausadamente, con deleite, por parajes únicos, con los
sentidos a pleno rendimiento tratando de descubrir los secretos que el bosque o
la montaña quiera desvelarnos. De este modo nuestras travesías suelen alargarse
más de lo recomendable a pesar de los consabidos madrugones, parando a cada
pajarillo que revolotea ante nuestros ojos, interpretando cada huella o
excremento que aparezca en el camino, o disfrutando con la huída furtiva de un
zorro cuyo territorio de campeo estábamos profanando sin querer.
Aquel día no iba a ser menos, y
acumulábamos considerable retraso en la
subida por “culpa” de carboneros palustres, corzos y un lejano picamaderos
negro al que sorprendimos mientras se alimentaba en un viejo tocón repleto de
nutritivas termitas. El día era luminoso y nuestras botas se hundían cada vez
más profundamente en la nieve reblandecida por el calor, obligándonos a
acelerar el paso para no fracasar de nuevo en nuestra deseada cumbre. Jesús
abría penosamente huella en el manto blanco de nieve virgen, mientras yo me
limitaba a seguir sus pasos sin apenas levantar la mirada, concentrado en el
esfuerzo. Llegamos a una zona por la que serpenteábamos cogiendo altura poco a
poco; recta de 50 metros, curva de 180 grados, recta de 50 metros, curva de 180
grados… cuando en un giro a la derecha y mientras paramos para tomar aire y
recuperar el resuello, sucedió.
A unos 300 metros y atravesando una gran pala
de nieve destacaba el trote lobero con que tantas veces habíamos soñado. El
precioso animal, nuestro primer lobo en libertad, se detuvo bruscamente y nos
observó con altiva desconfianza, como desafiándonos desde el altozano. Nos
aguantó la mirada con la templanza de quien se sabe seguro desde su atalaya y,
ese mágico momento que no duraría más de 15 intensos segundos, se me grabó a
fuego en la memoria, recordándolo en estos momentos, mientras lo escribo ante
el ordenador, como si hubiese sucedido hace apenas unos días. Unos pocos metros
por detrás avanzaba elegante otro lobo, alcanzando al primero y descendiendo
ambos veloces, ingrávidos, como en una coreografía, atravesando zonas de brezal
sin nieve donde los cánidos parecían desaparecer para mostrarse nuevamente a los pocos metros en neveros
delatores, adentrándose por una estrecha valleja hasta desaparecer en un
pequeño y, desde ese momento, mágico e inolvidable robledal.
Jesús y yo nos miramos, y casi sin articular
palabra nos fundimos en un emocionado abrazo. El encuentro tantas veces soñado
había sucedido en ese mismo instante y en un paraje de ensueño. Lo de menos fue
que la cima se nos volviese a resistir. Aquel lugar trascendió de lo cotidiano
y desde aquel día, aquella Peña se transformó para siempre en la Montaña
Sagrada de Cantabria, hogar y lugar de encuentro con nuestro más legendario y
totémico animal.
Ernesto Villodas
Gracias por tus recomendaciones. El libro de J.Barrueso lo tengo y me encantó. Intentaré conseguir el otro.
ResponderEliminarMe ha emocionado leer tu encuentro con esos dos lobos. ¡Que suerte!
¡Y se me olvidaba decir que también me apetece muchísimo leer tu libro!
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras!! Si consigues mi libro espero que no te decepcione.
EliminarHola Ernesto. Muchísimas gracias por tus palabras. Me enorgullece que te guste el libro; después de tanto trabajo es muy reconfortante recibir palabras como las tuyas. Te lo agradezco enormemente. Tu encuentro con el lobo es un momento único, de los que quedan grabados para siempre. Enhorabuena y muchas gracias.
ResponderEliminarMuchas gracias por el comentario, Pepe!! Es un placer leer temas relacionados con nuestra naturaleza y más cuando están escritos desde la pasión y el amor. Enhorabuena
EliminarMuchas gracias también a la persona del primer comentario. Gracias por leerlo. Un saludo.
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